Una Revolución a la vuelta de la esquina
Piensen por un momento en la colosal maquinaria, de una envergadura, alcance y ramificación ya dificil de cuantificar, que hora tras hora, minuto a minuto, se encarga de recordar a todos los ciudadanos del mundo cuál es el camino, cuáles los límites y cuáles los deseos y anhelos de cada individuo.
Miles de cadenas de televisión, de emisoras de radio, de periódicos, revistas, carteles publicitarios y demás soportes comunicativos regurgitando sin cesar una misma consigna: no hagan nada / no hay nada que hacer / ya se hace por usted / entre tanto, si puede usted permitírse/o, entreténgase con el ocio de baratijas y necedades que se le ofrece a cambio.
Figúrense que, aun a pesar de ese permanente e indiscreto torrente apisonador de inercia descerebrada -aunque fundamental para mantener el status quo-, la gente, las personas, encuentran a diario, aunque de manera inconexa y a menudo con una amplitud de miras muy limitada, motivos para sospechar, para quejarse, para anhelar otra cosa, para desear, espoleados por algo muy al fondo de si mismos, otro mundo que se dice como por ensalmo. Sin embargo, la acción se hace frustrante, pues en sociedades tan complejas e hiperpobladas, cada individuo es un islote aislado y la único que une a todos, justamente, son las sefiales de humo en el horizonte de los medios de comunicación. Nadie, pues, percibe la fuerza potencial de un desencanto tan abrumadoramente universal. Precisamente para combatir esa tristeza desoladora que subyace por debajo de nuestra realidad, sonríen tan eufóricamente los empleados de la perseverante publicidad.
Traten de imaginarse, ahora, lo que podría suceder con nuestra malograda especie si, no se sabe bien cómo, esa proyección comunicativa de los medios se emplease, aunque fuera tan sólo por unos pocos días, en transmitir mensajes de cordura, de sensatez, de belleza libre y no instrumentalizada, de esperanza real y práctica de acabar con la miseria física y mental.
Un sólo minuto de estas emisiones tendría más fuerza y echaría más raíces en el imaginario colectivo que todo un año de la monocorde y necia rueda de molino habitual, pues seria algo así como hacer llegar un rayo de luz al que, exahusto y desesperado, ha desistido ya de cavar el túnel que tal vez la libere de la estancia estanca y oscura que ya ha sido asumida como prisión definitiva y espectral tumba.
Miles de cadenas de televisión, de emisoras de radio, de periódicos, revistas, carteles publicitarios y demás soportes comunicativos regurgitando sin cesar una misma consigna: no hagan nada / no hay nada que hacer / ya se hace por usted / entre tanto, si puede usted permitírse/o, entreténgase con el ocio de baratijas y necedades que se le ofrece a cambio.
Figúrense que, aun a pesar de ese permanente e indiscreto torrente apisonador de inercia descerebrada -aunque fundamental para mantener el status quo-, la gente, las personas, encuentran a diario, aunque de manera inconexa y a menudo con una amplitud de miras muy limitada, motivos para sospechar, para quejarse, para anhelar otra cosa, para desear, espoleados por algo muy al fondo de si mismos, otro mundo que se dice como por ensalmo. Sin embargo, la acción se hace frustrante, pues en sociedades tan complejas e hiperpobladas, cada individuo es un islote aislado y la único que une a todos, justamente, son las sefiales de humo en el horizonte de los medios de comunicación. Nadie, pues, percibe la fuerza potencial de un desencanto tan abrumadoramente universal. Precisamente para combatir esa tristeza desoladora que subyace por debajo de nuestra realidad, sonríen tan eufóricamente los empleados de la perseverante publicidad.
Traten de imaginarse, ahora, lo que podría suceder con nuestra malograda especie si, no se sabe bien cómo, esa proyección comunicativa de los medios se emplease, aunque fuera tan sólo por unos pocos días, en transmitir mensajes de cordura, de sensatez, de belleza libre y no instrumentalizada, de esperanza real y práctica de acabar con la miseria física y mental.
Un sólo minuto de estas emisiones tendría más fuerza y echaría más raíces en el imaginario colectivo que todo un año de la monocorde y necia rueda de molino habitual, pues seria algo así como hacer llegar un rayo de luz al que, exahusto y desesperado, ha desistido ya de cavar el túnel que tal vez la libere de la estancia estanca y oscura que ya ha sido asumida como prisión definitiva y espectral tumba.
Extraído de Redsistencia.